Queridos fieles diocesanos:
El próximo día 22 de febrero, Miércoles de ceniza, iniciamos el camino cuaresmal que nos conducirá hasta la gran fiesta de los cristianos: la Pascua de Resurrección. Será, este año, el Domingo 8 de abril. Son días de conversión personal y comunitaria que pasa por la oración y el ayuno, por la renuncia y humildad. Nuestro encuentro personal con Jesucristo nos llevará a verle también en los hermanos.
Al imponérsenos la ceniza la Iglesia suplica ante el Señor que nos fortalezca con su auxilio “para que nos mantengamos en espíritu de conversión y que, la austeridad penitencial de estos días, nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal”.
1. Pensemos que el anuncio de la Cuaresma tiene un contenido alegre y gozoso. Es para crecer en libertad, creatividad y para interiorizar y seguir la gran verdad: Jesucristo. Con Él y en Él salimos de la mediocridad hacia la novedad. Rejuvenece nuestro bautismo, abre sus brazos Dios y nos transforma con su cercanía.
Es tiempo de romper ataduras fuertes, por la lejanía de Dios, o de hilos de araña, que también nos retienen, como caprichos que nos impiden mirar con más libertad a lo alto y reconocer que Dios nos quiere, que está en nuestros hermanos.
Es un recorrido para salir de nuestras rutinas, mirar al horizonte pascual y caminar por la senda de la fe y del amor. Hacer “una ruta nueva” abandonando lo que es “nuestro”, como hizo Abraham y todos los que ponen su confianza en Él, para encontrar la novedad que siempre esperamos. Despertemos del sueño.
2. Es camino hacia la Pascua:
- Reconocer nuestra mentalidad mundana que se nos pega a todos, aun sin buscarlo. Nos encanta ser “pequeños dioses” e independizarnos del Señor. Por eso el ejercicio de nuestro encuentro diario en la oración, durante este tiempo, es crucial. Jesús, oíamos hace pocos domingos: “Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y se puso a orar” (Mc. 1, 35).
- Convencernos interiormente de que hacemos este camino para vivir y no para “fastidiarnos”. La Cuaresma no es sobre todo para instruirnos en algo, sino para iniciarnos o profundizar en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Si hay muerte en nuestra vida, si hay ayuno y penitencia, es porque con ello anunciamos y buscamos algo nuevo: encontrarnos con la Vida que es Cristo y, con Él, participar de su Resurrección. Ayunamos para encontrarnos con el alimento verdadero. “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4).
- Compartir lo que tenemos en nuestro corazón y en nuestras manos. Las cosas innecesarias sofocan la voz interior y la de Dios. El confort suele anquilosar el corazón y hacerlo pequeño. En nuestro recorrido cuaresmal debe destacar la caridad fraterna y la limosna, el desprendimiento alegre de lo nuestro para los demás. Jesús alabó la limosna de una viuda pobre: “Ha echado, dijo, todo lo que tenía”.
3. Como en años anteriores Su Santidad, Benedicto XVI, nos ha enviado un profundo y claro Mensaje para esta Cuaresma. Lleva por título: “Fijémonos los unos en los otros para el estímulo de la caridad y de las buenas obras” (Hb. 10, 24).
Nos invita: “a confiar en Jesucristo como Sumo Sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios”. Esta acogida a Cristo, dice el Santo Padre, tendrá sus frutos: una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
Destaca el Papa también que, para estos logros, es muy importante participar en los actos litúrgicos y en la oración de la comunidad cristiana.
Ruego, de forma especial, a los sacerdotes que, haciendo “nuestro” el Mensaje del Santo Padre, traslademos luego antes nuestros fieles encomendados los tres aspectos fundamentales de la vida cristiana que se desarrollan en el mismo: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.
Renovemos también, como Pastores, nuestra disponibilidad, muy especial durante todo este tiempo, para atender el ministerio de la reconciliación, no sólo de forma comunitaria, sino también de forma individual, al tiempo que exhortamos a todos los fieles a este encuentro alegre con Dios Padre que nos regala, en su Hijo, el perdón de nuestros pecados.
Con mi saludo agradecido en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
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